sábado, 15 de diciembre de 2012

Comprender Lo Incomprensible

Dijo una vez un hombre que el amor es como las olas del mar, como un yoghurt caducado.
No puedo estar seguro de lo que quería decir exactamente, ni el por qué lo dijo, pero supongo que sus razones tendría.

Es lo incomprensible lo que nos hace humanos.
Lo doloroso se pasa.
Lo difícil se supera.
Lo imposible se intenta.
Pero lo incomprensible...

Lo incomprensible tiene la virtud y el defecto de anularnos por fuera y por dentro.
Cuando no alcanzamos a comprender aquello que se nos presenta delante, nos mostramos extraños. Nos enfadamos, nos asombramos, lloramos, nos cuestionamos, nos preguntamos... Pero eso es lo mejor de lo incomprensible, por muchas vueltas que le des ello te seguirá pareciendo desconocido.

Es por ello por lo que nos convertimos en humanos. Porque tratamos de dar sentido a las cosas que no lo tienen, aunque no las entendamos, tratamos a toda costa de controlarlas, pero no podemos, por la sencilla razón de que no las comprendemos.

Y esto nos agota...
Nos duele...
Nos hace sentir vulnerables...

Quizás jamás llegue a comprender nada de lo que hoy no alcanzo a comprender.
Pero aceptar que lo incomprensible es tan real y puro como aquello que entendemos, es lo más cerca que estaremos de comprenderlo.


domingo, 2 de diciembre de 2012

El Poeta del Mar

Ayer volví a recordar... De pequeño solía tener un sueño. En este sueño me encontraba en un pueblo pesquero que miraba al mar.

A los lados del pueblo se estiraban dos lenguas de tierra que entraban en las aguas y siempre había niebla entre las dos puntas, de forma que los barcos que entraban en el puerto asomaban primero entre la nieblina y la galerna.

Era una época difícil para todos. El pueblo llevaba tiempo triste por las cada vez más frecuentes muertes de sus marineros. Pero cada cierto tiempo llegaba un barco atunero al que todos esperaban con ilusión. El barco estaba bautizado como "Egun Barriak", algo así como Días Nuevos, y su capitán era un canadiense de padres vascos que amarraba una vez al año en el pueblo.

Siempre traía pescado, pero lo que más le gustaba a la gente es que traía todo tipo de objetos extraños que daba a los habitantes a cambio de que estos le dieran redes nuevas.

Solía quedarse una semana, lo justo para acostumbrarse a su presencia por las callejuelas, pero también lo justo como para que todos le rogasen que se quedara unos pocos días más.

Cada día que pasaba en el pueblo, lo dedicaba a negociar con las mujeres y los hombres, siempre regateaban con las redes y los anzuelos, con las vasijas y los amuletos... Pero cada noche que pasaba, la dedicaba a contar historias. Durante siete noches contaba todo lo que había visto, las ballenas rompiendo el mar, los marineros que se perdían en el océano, los puertos exóticos que olían a especias y a comida podrida, las orillas desiertas, las grandes ciudades...

Aquello era lo más especial. Los niños miraban con asombro a aquel hombre que todo lo había visto y que ahora compartía con ellos asiento y fuego. Las mujeres preguntaban sobre otras mujeres, los hombres sobre otros hombres, los ancianos y ancianas sobre otras tradiciones...

Con sus historias se convertía en un espejo que reflejaba las mismas inquietudes en los diferentes mundos. Las viudas creían entender a las otras viudas, las víctimas del mar encontraban compañeros en lejanos puertos, los habitantes se llenaban de vida al escuchar que en todos los lugares la gente seguía luchando, las personas seguían haciendo frente a la mar.

A la octava mañana ya no se le veía más. Lo que la gente no sabía es que sólo iba a otro lugar, donde cambiaba las redes nuevas por cachibaches y donde por las noches se dedicaba a contar, lo que había visto al otro lado del mar.